El Gigante de los Juguetes
Cómo ya os anticipé, quería escribir las historias "De mi boca" en forma de cuentos que he ido construyendo a lo largo de los últimos años según se los he ido contando a mi Hacker y mi Survivor. Son cuentos para ellas, donde no hay nada más especial que verles las caras mientras se los cuento. Por supuesto, aprovecho siempre para meterle algún mensaje de enseñanza o moralina, lógicamente. la historia es más corta o más larga según se la cuento un día u otro. Y lo que os he dejado es un compendio de todas las cosas que he ido añadiendo a la historia a base de contársela muchas veces. Si os gustan los cuentos leed la historia, si no, mañana habrá otro post. A ellas les encanta esta historia.
Saludos Malignos!
Parte I: La llegada del Dragón Matías al Castillo del Rey Papá
Érase una vez que se era, un día soleado en el Castillo del Rey Papá cuando llegó el Dragón Matías volando. Ya eran viejos amigos, así que el Dragón Matías sabía perfectamente cómo aterrizar con sus grandes patas en la parte alta del Castillo del Rey Papá - donde además había una piscina en la que podía refrescarse –. No era un castillo muy grande, pero definitivamente era un castillo, donde los príncipes y las princesas podían jugar durante horas con todo tipo de juguetes.
El Dragón Matías le pidió ayuda al Rey Papá. Un dragón, amigo del Dragón Matías – no el maloso Dragón Juancho -, se había clavado una astilla muy fina en el “culete” y estaba sufriendo.
El Rey Papá le quitó la espina, y desde entonces se hicieron grandes amigos. Y de vez en cuando, como en la historia de hoy, algún que otro dragón distraído se sienta sobre alguna zarza a comerse las dulces moras y se queda con una espinita en el culete. Y el Rey Papá se la tiene que quitar. Era el quita-espinas-del-culete-de-dragones-oficial. Más o menos. A cambio, el Dragón Matías siempre le ayudaba y le defendía del maloso Dragón Juancho, que al final para eso están los amigos, para ayudarse.
Ese día, el Rey Papá se tenía que ir con el Dragón Matías, así que le pidió a su madre, la Abuela Roncona, que se ocupara de cuidar de Chiquitina, Rapidín, Cassandra y la bebé Asmara, los niños que estaban actualmente en el Castillo del Rey Papá, pues no había nadie más para ocuparse. Solo serían unas horas, mientras el Rey Papá se iba a aliviar al pobre dragoncito de su dolor en el culete.
La mayor de todos los niños era Cassandra – que los días que estaba de mal humor todos la llamaban Pedorrina por una afición poco asociada a princesas -, después estaba Rapidín, que de mayor quería ser un caballero andante que corriendo más rápido que nadie salvara a todos los buenos de todos los malos. Iba a ser un súper-héroe veloz, veloz.
Chiquitina ya no era la chiquitina de todos, pero la llamaban así porque cuando nació era tan pequeña, tan pequeña, tan pequeña que se bañaba en un vaso de agua. Tanto, que el Rey Papá casi se la bebe un día – pero esa es otra historia que otro día os contaré -.
Después estaba Saritina, que a pesar de ser un bebé ya gustaba de viajar sola por el mundo y había aprendido hasta a Chino ¿Por qué? Pues porque por las noches no dormía y vivía el doble de deprisa. Claro está, tanto viajaba que, ese día, se encontraba de viaje y no estaba en el Castillo del Rey Papá.
Por último, la más pequeñita de todos era la bebé Asmara, que aún no se había recuperado del susto de venir al mundo y no había aprendido a hacer ruidos. No sabía llorar, no sabía reír. Y además, no hacía falta, ya que con la cantidad de ruido que generaban Rapidín, Cassandra y Chiquitina ya daba para todo el reino.
La Abuela Roncona les pidió a los niños que se fueran a jugar a la Habitación de la Diversión mientras el Rey Papá estuviera fuera con el Dragón Matías, y así ella aprovecharía para echarse una buena siesta… y roncar un ratito mientras regresaban.
El Dragón Matías apareció por la ventana de la Habitación de la Diversión para despedirse de los niños, y para que se entretuvieran les dio un juguete nuevo. Los niños tenían infinidad de juguetes en la Habitación de la Diversión, pero el bueno de Mati-itas siempre les traía algún detallito. En esta ocasión les dio un tamborcito de dos membranas, con unas bolitas golpeadoras, de tal forma que al frotarlo con las manos las bolas hacían sonar el tambor por los dos lados. Y salió volando con el Rey Papá a lomos, que se despidió por la ventana.
Parte II: La llegada del Gigante de los Juguetes
El tamborcito se convirtió en el corazón de una gran discusión entre Rapidín, Cassandra y Chiquitina. Gritos, llantos, pellizcos en el culete, carreras, brincos y desorden del resto de los juguetes de la Habitación de la Diversión. Ya no servía para nada la ingente cantidad de juguetes que tenían en la habitación, todo giraba en torno a quién podía jugar con el nuevo juguete que les había regalado el Dragón Matías.
La pequeña Asmara, sin hacer ningún ruido, se limitaba mirar a un lado y a otro viendo el espectáculo, incapaz de entender qué es lo que hacía que los tres niños generasen tanto alboroto por un juguete cuando la Habitación de la Diversión tenía una cantidad enorme de ellos. Había de todo para entretenerse, pero los niños discutían por el nuevo tamborcito.
El ruido se hizo tan grande que se oyó por toda la comarca. Bueno, no toda la comarca. La Abuela Roncona seguía durmiendo la siesta plácidamente ajena a todo lo que sucedía. El sonido de sus ronquidos durante años había hecho que cualquier ruido que hubiera mientas ella estaba durmiendo no fuera escuchado, así que ya podían estar cantando las canciones de La Kalabaza de Pippa sobre su cabeza, que no se iba a despertar. Ella seguía a lo suyo sierra que te sierra árboles.
Pero de repente… alguien golpeó en la puerta de la Habitación de la Diversión. Fueron tres golpes secos y fuertes, espaciados entre sí:
Rapidín aceptó de buen grado el reto de Chiquitina y los dos corrieron hacia la puerta, abriéndola al unísono. La abrieron de par en par rápidamente y se encontraron con que detrás de la puerta había un par de grandes botas. Y dentro de ellas, según fueron mirando hacia arriba, un Gigante con un gran saco a la espalda apareció. Era más grande que la propia puerta de la Habitación de la Diversión.
Los niños se quedaron mirando con cara de sorpresa al Gigante y le preguntaron:
Parte III: La Cabaña del Gigante de los Juguetes
Los niños querían recuperar sus juguetes, pero para ello tenían que ir a la Cabaña del Gigante de los Juguetes con la lista de todos sus juguetes, si no, se quedarían sin ellos. ¿Se acordarían de todos?
Chiquitina dibujaba y dibujaba sin parar, y se reía mientras lo hacía. Cassandra, cada vez que recordaba un juguete era porque se acordaba de quién se lo regaló, o de cómo jugó con él, pero no estaba segura de si se estaba olvidando de alguno de ellos. Rapidín, el más ordenado de los niños, utilizaba un sistema distinto. Iba mirando las estanterías y los cajones donde guardaba sus juguetes para ir recordando qué iba en cada sitio. Aun así, algún sitio no le era fácil de recordar a Rapidín. No sabía qué juguete estaba allí.
A medida que avanzó el día, completaron su lista, y decidieron que tenían que ir cuanto antes a por sus juguetes, o cuando llegaran a la Cabaña del Gigante de los Juguetes lo mismo ya había regalado todos sus juguetes a otros niños, así que urdieron un plan rápido para ir cuanto antes.
Cassandra se tiró un pedete al lado de la puerta de la habitación donde dormía la Abuela Roncona, y después comenzaron a agitarla:
Aún no era tarde, así que no les costó mucho seguir las indicaciones del mapa. Debían llegar al quinto árbol, seguir por el camino de la derecha. Saltar por encima del trébol de cuatro hojas, cruzar bajo la sombra de tres grandes árboles de grandes troncos morados, saludar a la Lechuza Madrugadora, vadear el río por el puente de una cuerda y bajar por la escalera de piedras, mármol y musgo hasta la entrada de la Cabaña del Gigante de los Juguetes. Todo muy sencillo y claro.
Cuando llegaron a la puerta de la Cabaña del Gigante de los Juguetes había un gran cartel grabado en madera que decía:
Cassandra iba leyendo su lista deprisa. Rapidín iba leyendo la suya más despacio que había aprendido a leer hace no mucho. Chiquitina iba enseñándole al Gigante de los Juguetes los dibujos que había hecho, haciendo que éste dedicara unos segundos a cada dibujo para entender bien a qué juguete representaba cada uno de ellos.
Poco a poco, los sacos de los tres niños se fueron llenando de juguetes que conocían bien, y se fueron alegrando, pero el Gigante de los Juguetes no les dejaba ver si el saco que él tenía estaba muy lleno aún o muy vacío. Solo veían sus sacos llenándose.
Y llegó el momento en que acabaron su lista, y el Gigante de los Juguetes les preguntó:
Parte IV: Los Juguetes en la Habitación de la Diversión
Cuando los niños llegaron al Castillo del Rey Papá fueron directamente a la Habitación de la Diversión, y pusieron todos los juguetes en su sitio, justo antes de que llegara la Abuela Roncona con una Asmara feliz y sonriente de ver a los niños juntos otra vez.
Cuando llegó la noche, y todos los niños dormían, el Gigante de los Juguetes abrió la puerta de la habitación de la bebé Asmara, que dormía plácidamente. Él se sonrió, y sacó de su saco un juguete. Era un tambor con dos membranas y dos bolas con un hilo que lo golpeaban. El Gigante de los Juguetes había dibujado sobre las caras del tambor dos niñas sonrientes, con lo que había convertido al tambor en algo diferente. Lo colocó en la cunita de la bebé Asmara y se fue después de darle un beso en la frente.
A la mañana siguiente, todo el Castillo del Rey Papá se despertó con dos sonidos extraños. Por un lado un sonido de tambores que redoblaban:
Y colorín colorado, este cuento, se ha acabado.
FIN.
Saludos Malignos!
Figura 1: El Gigante de los Juguetes |
Parte I: La llegada del Dragón Matías al Castillo del Rey Papá
Érase una vez que se era, un día soleado en el Castillo del Rey Papá cuando llegó el Dragón Matías volando. Ya eran viejos amigos, así que el Dragón Matías sabía perfectamente cómo aterrizar con sus grandes patas en la parte alta del Castillo del Rey Papá - donde además había una piscina en la que podía refrescarse –. No era un castillo muy grande, pero definitivamente era un castillo, donde los príncipes y las princesas podían jugar durante horas con todo tipo de juguetes.
El Dragón Matías le pidió ayuda al Rey Papá. Un dragón, amigo del Dragón Matías – no el maloso Dragón Juancho -, se había clavado una astilla muy fina en el “culete” y estaba sufriendo.
- “Ya os he dicho muchas veces que cuando os comáis las moras no os sentéis cerca, que siempre hay zarzas y os podéis pinchar el culete con ellas”, dijo el Rey Papá con tono de regañina.El Rey Papá y el Dragón Matías se habían hecho amigos hace mucho tiempo cuando le había pasado lo mismo al bueno de Mati-itas – que era como llamaban en la familia al Dragón Matias - comiendo moras negras, que son las que más le gustaban. Tenía la espina clavada en el cachete del culete y no se la podía quitar con sus cortas patas delanteras y sus grandes zarpas.
El Rey Papá le quitó la espina, y desde entonces se hicieron grandes amigos. Y de vez en cuando, como en la historia de hoy, algún que otro dragón distraído se sienta sobre alguna zarza a comerse las dulces moras y se queda con una espinita en el culete. Y el Rey Papá se la tiene que quitar. Era el quita-espinas-del-culete-de-dragones-oficial. Más o menos. A cambio, el Dragón Matías siempre le ayudaba y le defendía del maloso Dragón Juancho, que al final para eso están los amigos, para ayudarse.
Ese día, el Rey Papá se tenía que ir con el Dragón Matías, así que le pidió a su madre, la Abuela Roncona, que se ocupara de cuidar de Chiquitina, Rapidín, Cassandra y la bebé Asmara, los niños que estaban actualmente en el Castillo del Rey Papá, pues no había nadie más para ocuparse. Solo serían unas horas, mientras el Rey Papá se iba a aliviar al pobre dragoncito de su dolor en el culete.
La mayor de todos los niños era Cassandra – que los días que estaba de mal humor todos la llamaban Pedorrina por una afición poco asociada a princesas -, después estaba Rapidín, que de mayor quería ser un caballero andante que corriendo más rápido que nadie salvara a todos los buenos de todos los malos. Iba a ser un súper-héroe veloz, veloz.
Chiquitina ya no era la chiquitina de todos, pero la llamaban así porque cuando nació era tan pequeña, tan pequeña, tan pequeña que se bañaba en un vaso de agua. Tanto, que el Rey Papá casi se la bebe un día – pero esa es otra historia que otro día os contaré -.
Después estaba Saritina, que a pesar de ser un bebé ya gustaba de viajar sola por el mundo y había aprendido hasta a Chino ¿Por qué? Pues porque por las noches no dormía y vivía el doble de deprisa. Claro está, tanto viajaba que, ese día, se encontraba de viaje y no estaba en el Castillo del Rey Papá.
Por último, la más pequeñita de todos era la bebé Asmara, que aún no se había recuperado del susto de venir al mundo y no había aprendido a hacer ruidos. No sabía llorar, no sabía reír. Y además, no hacía falta, ya que con la cantidad de ruido que generaban Rapidín, Cassandra y Chiquitina ya daba para todo el reino.
La Abuela Roncona les pidió a los niños que se fueran a jugar a la Habitación de la Diversión mientras el Rey Papá estuviera fuera con el Dragón Matías, y así ella aprovecharía para echarse una buena siesta… y roncar un ratito mientras regresaban.
El Dragón Matías apareció por la ventana de la Habitación de la Diversión para despedirse de los niños, y para que se entretuvieran les dio un juguete nuevo. Los niños tenían infinidad de juguetes en la Habitación de la Diversión, pero el bueno de Mati-itas siempre les traía algún detallito. En esta ocasión les dio un tamborcito de dos membranas, con unas bolitas golpeadoras, de tal forma que al frotarlo con las manos las bolas hacían sonar el tambor por los dos lados. Y salió volando con el Rey Papá a lomos, que se despidió por la ventana.
- “¡Adiós!, ¡Pronto estamos de vuelta!”Pero como sucede muchas veces, algo que se hace para un bien, a veces genera un foco de conflicto y los niños, en lugar de estar felices, comenzaron a discutir por el nuevo juguete.
Parte II: La llegada del Gigante de los Juguetes
El tamborcito se convirtió en el corazón de una gran discusión entre Rapidín, Cassandra y Chiquitina. Gritos, llantos, pellizcos en el culete, carreras, brincos y desorden del resto de los juguetes de la Habitación de la Diversión. Ya no servía para nada la ingente cantidad de juguetes que tenían en la habitación, todo giraba en torno a quién podía jugar con el nuevo juguete que les había regalado el Dragón Matías.
La pequeña Asmara, sin hacer ningún ruido, se limitaba mirar a un lado y a otro viendo el espectáculo, incapaz de entender qué es lo que hacía que los tres niños generasen tanto alboroto por un juguete cuando la Habitación de la Diversión tenía una cantidad enorme de ellos. Había de todo para entretenerse, pero los niños discutían por el nuevo tamborcito.
El ruido se hizo tan grande que se oyó por toda la comarca. Bueno, no toda la comarca. La Abuela Roncona seguía durmiendo la siesta plácidamente ajena a todo lo que sucedía. El sonido de sus ronquidos durante años había hecho que cualquier ruido que hubiera mientas ella estaba durmiendo no fuera escuchado, así que ya podían estar cantando las canciones de La Kalabaza de Pippa sobre su cabeza, que no se iba a despertar. Ella seguía a lo suyo sierra que te sierra árboles.
Pero de repente… alguien golpeó en la puerta de la Habitación de la Diversión. Fueron tres golpes secos y fuertes, espaciados entre sí:
- TOC. TOC. TOC.Los niños se quedaron perplejos, y miraron a la puerta sorprendidos. No esperaban a nadie. Y ni el Rey Papá, ni el Dragón Matías ni la Abuela Roncona hubieran llamado a la puerta de esa forma, así que debía ser alguien distinto. Rapidín, Chiquitina y Cassandra se miraron extrañados y dijeron:
- “¿Quién será?”, dijo Cassandra.
- “No lo sé, pero será por los ruidos”, dijo Rapidín.
- “¡Yo abro!”, dijo Chiquitina mientras iba corriendo a la puerta.Chiquitina era la más activa de todos, así que siempre estaba pensando en qué ocupar sus energías, y una carrera a la puerta para ser la primera en abrir era tan buena idea como cualquier otra cosa. Además, ella siempre quería ser la primera en todo. Hasta en las cosas malas. Ella siempre, la número 1.
Rapidín aceptó de buen grado el reto de Chiquitina y los dos corrieron hacia la puerta, abriéndola al unísono. La abrieron de par en par rápidamente y se encontraron con que detrás de la puerta había un par de grandes botas. Y dentro de ellas, según fueron mirando hacia arriba, un Gigante con un gran saco a la espalda apareció. Era más grande que la propia puerta de la Habitación de la Diversión.
Los niños se quedaron mirando con cara de sorpresa al Gigante y le preguntaron:
- “¿Quién eres?”, dijo Chiquitina.
- “Soy el Gigante de los Juguetes”, respondió el hombretón.
- “¿El Gigante de los Juguetes? ¿Nos traes más juguetes?”, dijo Rapidín.
- “Ja, Ja, Ja. No, mi amigo. Ni mucho menos”, respondió el Gigante de los Juguetes.
- “¿No?, ¿entonces qué quieres?”, dijo Cassandra.El Gigante de los Juguetes entró a la desordenada Habitación de la Diversión y miró alrededor para deleitarse con el caos que reinaba entre tal montonera de juguetes de todo tipo. Vio a la pequeña Asmara y la dedico una monería con la mano al tiempo que la sonreía. Luego miró a los niños y les dijo:
- “Vuestro escándalo ha sido tan grande que me he visto obligado a intervenir. Soy el Gigante de los Juguetes, y me llevo todos los juguetes de los niños que se portan mal para que aprendan a valorar lo que tienen. No queremos niños malcriados en este reino”, dijo el Gigante de los Juguetes.
- “Pero… yo quiero a mis juguetes, no puede llevárselos”, dijo Cassandra.
- “Sí, sí que puedo. Tenéis todos estos juguetes y sin embargo estáis discutiendo todo el rato, así que eso significa que no estáis contentos con ellos. Por eso, como hago con los juguetes de todos los niños mal cridados, me los voy a llevar en mi saco”, explicó el Gigante de los Juguetes.Y comenzó a llenar su gran saco con todos los juegos que tenían los niños en la Habitación de la Diversión. Metió los puzzles, las muñecas, los coches de carreras, los peluches, los juegos de construcción, las pelotas, los bolos, los juegos de maquillaje, los disfraces, etcétera. Todos los juguetes de los niños cupieron dentro del enorme saco del Gigante de los Juguetes. Los niños estaban mirando sin poder creérselo.
- “Ya tengo todos vuestros juguetes, pero no será para siempre… por ahora. Podéis venir a mi casa esta tarde con la lista de todos los juguetes que recordéis que tenéis. Si sabéis qué juguete es, lo echáis de menos y podéis decirme cómo lo habéis llamado, os lo devolveré. El resto de los juguetes que no sepáis que tenéis o cómo se llama, se los regalaré a otros niños que los valoren más, y les haga más felices. Aquí tenéis un mapa de cómo llegar a mi casa, la Cabaña del Gigante de los Juguetes, para recogerlos”, dijo el Gigante de los Juguetes mientras le daba a Cassandra un pequeño mapa con la ubicación de la Cabaña del Gigante de los Juguetes.Y salió por la puerta, dejando a los niños en una Habitación de la Diversión totalmente desolada. Sin juguetes. Sin juegos. Sin puzzles. Sin muñecas. Sin pelotas o coches de carreras. No había ningún juguete en la habitación. Y los niños se sintieron verdaderamente tristes, ya no tenían ninguno de los juguetes por los que discutían habitualmente en la Habitación de la Diversión, y todo estaba en silencio.
Parte III: La Cabaña del Gigante de los Juguetes
Los niños querían recuperar sus juguetes, pero para ello tenían que ir a la Cabaña del Gigante de los Juguetes con la lista de todos sus juguetes, si no, se quedarían sin ellos. ¿Se acordarían de todos?
- “Chicos, necesitamos hacer la lista con todos los juguetes cuanto antes. Si no están aquí cuando regrese el Rey Papá con el Dragón Matías, nos van a castigar de por vida”, dijo Cassandra.
- “¡Hagamos tres listas con nuestros juguetes y vayamos a la Cabaña del Gigante de los Juguetes para recuperarlos cuanto antes!”, dijo Rapidín.
- “¡Vale!”, dijo Chiquitina, “… pero yo no sé escribir, así que necesito ceras y lápices de colores para dibujar”.Los tres niños, bajo la mirada atenta de Asmara, comenzaron a hacer memoria y escribir su lista. Comenzaron con sus juguetes más preciados, como Pepe, Pepita o Tiger – sus muñecos de apoyo -, luego con los que más jugaban, pero a medida que avanzaban en sus listas, les costaba más recordar todos los juguetes que tenían.
Chiquitina dibujaba y dibujaba sin parar, y se reía mientras lo hacía. Cassandra, cada vez que recordaba un juguete era porque se acordaba de quién se lo regaló, o de cómo jugó con él, pero no estaba segura de si se estaba olvidando de alguno de ellos. Rapidín, el más ordenado de los niños, utilizaba un sistema distinto. Iba mirando las estanterías y los cajones donde guardaba sus juguetes para ir recordando qué iba en cada sitio. Aun así, algún sitio no le era fácil de recordar a Rapidín. No sabía qué juguete estaba allí.
A medida que avanzó el día, completaron su lista, y decidieron que tenían que ir cuanto antes a por sus juguetes, o cuando llegaran a la Cabaña del Gigante de los Juguetes lo mismo ya había regalado todos sus juguetes a otros niños, así que urdieron un plan rápido para ir cuanto antes.
Cassandra se tiró un pedete al lado de la puerta de la habitación donde dormía la Abuela Roncona, y después comenzaron a agitarla:
- “¡Abuela Roncona, Abuela Roncona!, Asmara huele mal, hay que cambiarla”, dijo Chiquitina.La Abuela Roncona se despertó y empezó a sentir en su nariz el mal olor y dijo:
- “Uff, sí, que mal huele, voy a por ella”, mientras se incorporaba de la cama.Mientras que la Abuela Roncona iba a cambiar a Asmara, los tres niños aprovecharon para coger tres sacos vacíos de la habitación de la ropa e irse hacia la Cabaña del Gigante de los Juguetes en el bosque.
Aún no era tarde, así que no les costó mucho seguir las indicaciones del mapa. Debían llegar al quinto árbol, seguir por el camino de la derecha. Saltar por encima del trébol de cuatro hojas, cruzar bajo la sombra de tres grandes árboles de grandes troncos morados, saludar a la Lechuza Madrugadora, vadear el río por el puente de una cuerda y bajar por la escalera de piedras, mármol y musgo hasta la entrada de la Cabaña del Gigante de los Juguetes. Todo muy sencillo y claro.
Cuando llegaron a la puerta de la Cabaña del Gigante de los Juguetes había un gran cartel grabado en madera que decía:
Rapidín se apresuró a llamar rápidamente, cómo si no, a la puerta con tres golpes… rápidos.“Bienvenido a la Cabaña del Gigante de los Juguetes.
¿Sabes cómo se llama tu juguete?”
- Toquitoquitoqui.Y la puerta se abrió. Allí estaban las dos mismas botas que habían visto con anterioridad ese mismo día, con el mismo Gigante de los Juguetes dentro de ellas.
- “¡Vaya!, si están aquí Rapidín, Chiquitina y Cassandra. Habéis sido veloces en venir a por vuestros juguetes. Y lo más extraño. También habéis sido silenciosos. Desde que salí de vuestra Habitación de la Diversión con todos vuestros juguetes no he escuchado ningún grito, alboroto o ruido proveniente de allí. ¿Os sabéis el nombre de vuestros juguetes para que os los devuelva?”, dijo el Gigante de los Juguetes sin dejarles entrar en la cabaña.Los niños vieron que detrás del Gigante de los Juguetes estaba su gran saco, a rebosar de todos los juegos, muñecos y juguetes en general que se había llevado de su Habitación de la Diversión, así que comenzaron a decirle qué juguetes tenía cada uno.
Cassandra iba leyendo su lista deprisa. Rapidín iba leyendo la suya más despacio que había aprendido a leer hace no mucho. Chiquitina iba enseñándole al Gigante de los Juguetes los dibujos que había hecho, haciendo que éste dedicara unos segundos a cada dibujo para entender bien a qué juguete representaba cada uno de ellos.
Poco a poco, los sacos de los tres niños se fueron llenando de juguetes que conocían bien, y se fueron alegrando, pero el Gigante de los Juguetes no les dejaba ver si el saco que él tenía estaba muy lleno aún o muy vacío. Solo veían sus sacos llenándose.
Y llegó el momento en que acabaron su lista, y el Gigante de los Juguetes les preguntó:
- “¿Algún juguete más?”Los niños se miraron entre sí y luego al Gigante de los Juguetes.
- “No nos acordamos de más juguetes”, dijo Cassandra.
- “Entonces están todos los que necesitáis”, dijo el Gigante de los Juguetes.Sonrió y cerró la puerta tras de sí, dejando a los niños en el bosque listos para marchar. Se echaron el saco a la espalda y regresaron por el mismo camino que habían venido – saludando a la Lechuza Madrugadora – hacia la Habitación de la Diversión en el Castillo del Rey Papá.
Parte IV: Los Juguetes en la Habitación de la Diversión
Cuando los niños llegaron al Castillo del Rey Papá fueron directamente a la Habitación de la Diversión, y pusieron todos los juguetes en su sitio, justo antes de que llegara la Abuela Roncona con una Asmara feliz y sonriente de ver a los niños juntos otra vez.
- “No sé, no echo en falta ningún juguete, pero sin embargo la Habitación de la Diversión parece como más vacía, ¿no?”, dijo Cassandra.
- “A lo mejor es que como los hemos ordenado ahora ocupan menos”, dijo Rapidín.Chiquitina no dijo nada, pues estaba jugando con Pepita, su muñeca favorita. En ese momento llegó el Dragón Matías volando con el Rey Papá subido a lomos, que saltó sobre el tejado para que el dragón no tuviera que detenerse más. El Rey Papá, bajó a la Habitación de la Diversión.
- “Hola niños, ¿qué tal lo habéis pasado mientras estaba fuera?”, dijo el Rey Papá.Chiquitina, Cassandra y Rapidín dieron un beso al Rey Papá, y éste a su vez se lo dio a la Abuela Roncona y la bebé Asmará, mientras le decían:
- “Todo muy bien, Rey Papá”, dijo Cassandra.
- “No hemos salido de la Habitación de la Diversión a ningún sitio”, dijo Rapidín.
- “No, y por el bosque hemos ido de día”, dijo Chiquitina.El Rey Papá sabía que algo había pasado, pero todo parecía en regla, así que les mandó a lavarse la cara y las manos para irse a cenar mientras él se iba a cambiar. Todo parecía en regla.
Cuando llegó la noche, y todos los niños dormían, el Gigante de los Juguetes abrió la puerta de la habitación de la bebé Asmara, que dormía plácidamente. Él se sonrió, y sacó de su saco un juguete. Era un tambor con dos membranas y dos bolas con un hilo que lo golpeaban. El Gigante de los Juguetes había dibujado sobre las caras del tambor dos niñas sonrientes, con lo que había convertido al tambor en algo diferente. Lo colocó en la cunita de la bebé Asmara y se fue después de darle un beso en la frente.
A la mañana siguiente, todo el Castillo del Rey Papá se despertó con dos sonidos extraños. Por un lado un sonido de tambores que redoblaban:
- ToquiToq, ToquiToq, ToquiToq, ToquiToq, ToquiToq….Por otro lado, la risa dulce, aguda y emocionante de la bebé Asmara que jugaba feliz en su habitación con el nuevo juguete.
Y colorín colorado, este cuento, se ha acabado.
FIN.
3 comentarios:
Chema de donde sacas tiempo, para todo Lo que haces?
Muy buena historia chema! me gustó mucho!!
La capacidad que tienes para crear personajes y acoplarlos con la realidad desde varias perspectivas es asombrosa, me encanta el mensaje y el método del gigante de los juguetes para hacer una depuración y distribución inteligente de los juguetes! , además que la recurrencia dependía de la ejecución de dichas lecciones aprendidas.
También me encanta que al final, la alegría de Asmara con su nuevo juguete, refleja la transformación de algo que en principio era objeto de conflicto, y la magia cuando se descubre algo nuevo, como la risa de Asmara.
Saludos.
Como siempre, gracias por compartir!
Saludos
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