Con el comienzo del año, toca poner en práctica la tradicional tarea de reflexionar sobre los propósitos para el nuevo año. Toca pensar en cómo vas a conseguir lo que te has propuesto lograr este año que ya respira. Cómo vas a avanzar en tu vida personal y profesional. Yo también lo suelo hacer. Suelo buscar cuáles son aquellos puntos en los que tengo que mejorar. Suelo ponerme retos ambiciosos pero alcanzables con esfuerzo y trabajo. Soñar con los ojos abiertos. Pero soñar. Suelo pensar en quién quiero ser al final del año.
Pero he de deciros que este año 2018 es un poco diferente. El año 2017 me enseñó muchas cosas, y si lo tengo en la memoria como uno de los mejores años en mucho tiempo, es precisamente por esas enseñanzas. Mirando con retrospectiva para ver cómo estaba yo justo hace un año atrás en el tiempo, os puedo garantizar que lo que pasaba por mi mente no se parece en nada a lo que pasa hoy en día por ella. Los planes que tenía para el año 2017 al inicio no se asemejan en nada a los planes que tengo para el inicio de 2018. De hecho, muchas de las cosas que hice en 2017, especialmente en la segunda mitad del año, no estaban en mi agenda de propósitos en el mes de Enero.
Y esto a todos los niveles. Tanto personal como profesionalmente. Cosas que tenía claras en Enero las fui haciendo a lo largo del año, pero luego fueron apareciendo nuevas cosas. Cambiando poco a poco mi agenda personal y profesional. Hechos, encuentros, apariciones, descubrimientos, re-encuentros, desapariciones, aprendizajes o simplemente cambio de condiciones de contorno que obligaron a maniobrar cada día, cada semana, parar llegar al final de un nuevo mes con un ligero desfase incremental y acumulativo sobre el plan trazado a principios de año. El plan de los propósitos de 2017 que hice tal día como hoy hace 365 días atrás dejó de ser un mapa válido para mi vida en 2018.
Aún así, el plan que hice con los propósitos, me ayudó, me sirvió para tomar decisiones a corto, para enfocar el siguiente paso y llegar a una nueva estancia que contenía nuevas puertas. Me sirvió para saber que el plan que hice en ese Enero de 2017 tenía caminos erróneos, tenía direcciones equivocadas. Ideas que se convirtieron en hechos que constaté. Es decir, no me quedé con la duda eterna o algo perenne en la lista de to-do. Ese plan contenía iniciativas que pude comprobar que no eran del todo buenas. Así que, viré, pivote, frené, rectifiqué o cambié. Y me llevaron a un final de 2017 con A+.
Sí, en 2017 me pasaron muchas cosas. Muchas cosas buenas y malas, que en eso consiste vivir. Como sucede en todos y cada uno de los años. Hasta el día en que ya no te pase nada. Y aquel plan de propósitos de 2017 me sirvió de mapa para vadear el río. Para cruzar el desierto. Para encontrar el camino en mitad de la selva de minutos que es un año. Una pequeña guía que me indicó qué debía hacer ahora, en qué debía focalizar mi tiempo, qué debía dejar de hacer. Pequeñas respuestas a grandes preguntas que te acabas haciendo varias veces al año.
Empecé proyectos nuevos, descarté proyectos viejos, dejé dibujos sin entregar y entregué nuevos dibujos que hice con renovado sentimiento. Escribí letras solo para mí, y artículos para vosotros. Dije algún “adiós” y muchos “holas”, y como os he dicho ya, algún “me alegro de volver a verte”. Viajé más de lo que planeé. Dormí menos por decisión propia. Me reí más y jugué muchísimo más. Trabajé en más patentes y proyectos de los que planifiqué. Di más conferencias de las que me había marcado como límite. Monté en monopatín mucho más de lo que esperaba. Corrí. Corrí mucho más que el año pasado. De hecho, jamás pensé que en 2017 correría. Monté en bici mucho y "apretao". Gané premios que no pensaba. Sufrí cosas que no debía. Dolores con los que no contaba. Me sangraron las piernas, la cabeza, la tripa y el corazón. Y nada de esto estaba en mi plan de propósitos de 2017. Nadie quiere despeñarse sobre piedras. Nunca.
Ahora viene 2018, y tengo nervios en la barriga. Alegría y nerviosismo por ver qué traerá. A dónde me llevará. Qué cambiará de mi vida. Donde dormiré. Donde me despertaré. Qué dibujos haré. Qué risas me sacará y de qué color serán las lágrimas que se lleve. Los nervios con los compromisos que tengo marcados en el calendario también me tensan los músculos. Las fechas de los lanzamientos. Los eventos donde sé que estaré porque quiero estar. Lo que quiero conseguir profesionalmente este año. Los hitos personales a lograr. Las cenas con los amigos que quiero que vengan. El vino que compartiré. Las montañas que subiré con la bicicleta. Las caídas que tendré con el monopatín y los patines inline.
Los textos que te escribiré. A ti. A mi hacker. A mi survivor. Las fotos que me harán. Las fotos que haré. Las lecciones que aprenderé. Las cosas que olvidaré. Los besos que recibiré. Los abrazos. Las críticas que llegarán. Los haters. Las películas que veré. Las nuevas series y las nuevas temporadas. Los libros que leeré. Las camisetas que estrenaré. Las reuniones que tendré. La gente nueva que conoceré. La que se irá para siempre de mi vida. Las playas que visitaré. Las ciudades. Los ojos de gente que escudriñaré. La música que escucharé. Que me cambiará. Que me ayudará. Que llevará mis mensajes. Lo que crecerá mi hacker. Lo que crecerá mi survivor. Los “Hola” que diré.
El año por delante es un misterio. Un misterio que quiero descubrir. Que quiero conocer. Que quiero resolver. Es tiempo que tengo para sentir vivencias. Para que me pasen cosas buenas y malas. Donde me harán nuevos memes. Un año que espero que haya mucho nuevo, y a la vez mucho viejo y confortable. Como mi ropa de siempre. Como mi ciudad de siempre. Para que Sheldon Cooper se case con Amy al fin. Para que The Walking Dead resurja, para que haya una nueva temporada de The Punisher que compartir. Para que yo me ría. Para tener muchas dudas. ¿Me cortaré el pelo? ¿Terminaré el libro que estoy escribiendo desde 2015? ¿Me iré a vivir fuera de España? ¿Qué me pasará que ahora ni se me pasa por la cabeza?
Como podéis ver, tras la introspectiva perorata reflexiva que os he calzado, os podéis imagina que tengo muchos propósitos para el año que viene, pero todos tienen que ver más o menos con lo mismo. Disfrutar más y mejor de lo que me venga, e intentar hacer más y mejor lo que he venido haciendo los últimos años de mi vida. Lo que me enseño el año pasado es que los cambios y las incertidumbres obligan a volver a calibrar los planes, pero que no tienen porque ser para mal, y son siempre una oportunidad de desbloquear una fase oculta o encontrar un nuevo camino para resolver cosas. Así que, haré planes, trabajaré para lograrlos, pero disfrutaré de lo que venga.
Saludos Malignos!
Figura 1: Mis propósitos para el año 2018 |
Pero he de deciros que este año 2018 es un poco diferente. El año 2017 me enseñó muchas cosas, y si lo tengo en la memoria como uno de los mejores años en mucho tiempo, es precisamente por esas enseñanzas. Mirando con retrospectiva para ver cómo estaba yo justo hace un año atrás en el tiempo, os puedo garantizar que lo que pasaba por mi mente no se parece en nada a lo que pasa hoy en día por ella. Los planes que tenía para el año 2017 al inicio no se asemejan en nada a los planes que tengo para el inicio de 2018. De hecho, muchas de las cosas que hice en 2017, especialmente en la segunda mitad del año, no estaban en mi agenda de propósitos en el mes de Enero.
Y esto a todos los niveles. Tanto personal como profesionalmente. Cosas que tenía claras en Enero las fui haciendo a lo largo del año, pero luego fueron apareciendo nuevas cosas. Cambiando poco a poco mi agenda personal y profesional. Hechos, encuentros, apariciones, descubrimientos, re-encuentros, desapariciones, aprendizajes o simplemente cambio de condiciones de contorno que obligaron a maniobrar cada día, cada semana, parar llegar al final de un nuevo mes con un ligero desfase incremental y acumulativo sobre el plan trazado a principios de año. El plan de los propósitos de 2017 que hice tal día como hoy hace 365 días atrás dejó de ser un mapa válido para mi vida en 2018.
Aún así, el plan que hice con los propósitos, me ayudó, me sirvió para tomar decisiones a corto, para enfocar el siguiente paso y llegar a una nueva estancia que contenía nuevas puertas. Me sirvió para saber que el plan que hice en ese Enero de 2017 tenía caminos erróneos, tenía direcciones equivocadas. Ideas que se convirtieron en hechos que constaté. Es decir, no me quedé con la duda eterna o algo perenne en la lista de to-do. Ese plan contenía iniciativas que pude comprobar que no eran del todo buenas. Así que, viré, pivote, frené, rectifiqué o cambié. Y me llevaron a un final de 2017 con A+.
Sí, en 2017 me pasaron muchas cosas. Muchas cosas buenas y malas, que en eso consiste vivir. Como sucede en todos y cada uno de los años. Hasta el día en que ya no te pase nada. Y aquel plan de propósitos de 2017 me sirvió de mapa para vadear el río. Para cruzar el desierto. Para encontrar el camino en mitad de la selva de minutos que es un año. Una pequeña guía que me indicó qué debía hacer ahora, en qué debía focalizar mi tiempo, qué debía dejar de hacer. Pequeñas respuestas a grandes preguntas que te acabas haciendo varias veces al año.
Empecé proyectos nuevos, descarté proyectos viejos, dejé dibujos sin entregar y entregué nuevos dibujos que hice con renovado sentimiento. Escribí letras solo para mí, y artículos para vosotros. Dije algún “adiós” y muchos “holas”, y como os he dicho ya, algún “me alegro de volver a verte”. Viajé más de lo que planeé. Dormí menos por decisión propia. Me reí más y jugué muchísimo más. Trabajé en más patentes y proyectos de los que planifiqué. Di más conferencias de las que me había marcado como límite. Monté en monopatín mucho más de lo que esperaba. Corrí. Corrí mucho más que el año pasado. De hecho, jamás pensé que en 2017 correría. Monté en bici mucho y "apretao". Gané premios que no pensaba. Sufrí cosas que no debía. Dolores con los que no contaba. Me sangraron las piernas, la cabeza, la tripa y el corazón. Y nada de esto estaba en mi plan de propósitos de 2017. Nadie quiere despeñarse sobre piedras. Nunca.
Ahora viene 2018, y tengo nervios en la barriga. Alegría y nerviosismo por ver qué traerá. A dónde me llevará. Qué cambiará de mi vida. Donde dormiré. Donde me despertaré. Qué dibujos haré. Qué risas me sacará y de qué color serán las lágrimas que se lleve. Los nervios con los compromisos que tengo marcados en el calendario también me tensan los músculos. Las fechas de los lanzamientos. Los eventos donde sé que estaré porque quiero estar. Lo que quiero conseguir profesionalmente este año. Los hitos personales a lograr. Las cenas con los amigos que quiero que vengan. El vino que compartiré. Las montañas que subiré con la bicicleta. Las caídas que tendré con el monopatín y los patines inline.
Los textos que te escribiré. A ti. A mi hacker. A mi survivor. Las fotos que me harán. Las fotos que haré. Las lecciones que aprenderé. Las cosas que olvidaré. Los besos que recibiré. Los abrazos. Las críticas que llegarán. Los haters. Las películas que veré. Las nuevas series y las nuevas temporadas. Los libros que leeré. Las camisetas que estrenaré. Las reuniones que tendré. La gente nueva que conoceré. La que se irá para siempre de mi vida. Las playas que visitaré. Las ciudades. Los ojos de gente que escudriñaré. La música que escucharé. Que me cambiará. Que me ayudará. Que llevará mis mensajes. Lo que crecerá mi hacker. Lo que crecerá mi survivor. Los “Hola” que diré.
El año por delante es un misterio. Un misterio que quiero descubrir. Que quiero conocer. Que quiero resolver. Es tiempo que tengo para sentir vivencias. Para que me pasen cosas buenas y malas. Donde me harán nuevos memes. Un año que espero que haya mucho nuevo, y a la vez mucho viejo y confortable. Como mi ropa de siempre. Como mi ciudad de siempre. Para que Sheldon Cooper se case con Amy al fin. Para que The Walking Dead resurja, para que haya una nueva temporada de The Punisher que compartir. Para que yo me ría. Para tener muchas dudas. ¿Me cortaré el pelo? ¿Terminaré el libro que estoy escribiendo desde 2015? ¿Me iré a vivir fuera de España? ¿Qué me pasará que ahora ni se me pasa por la cabeza?
Como podéis ver, tras la introspectiva perorata reflexiva que os he calzado, os podéis imagina que tengo muchos propósitos para el año que viene, pero todos tienen que ver más o menos con lo mismo. Disfrutar más y mejor de lo que me venga, e intentar hacer más y mejor lo que he venido haciendo los últimos años de mi vida. Lo que me enseño el año pasado es que los cambios y las incertidumbres obligan a volver a calibrar los planes, pero que no tienen porque ser para mal, y son siempre una oportunidad de desbloquear una fase oculta o encontrar un nuevo camino para resolver cosas. Así que, haré planes, trabajaré para lograrlos, pero disfrutaré de lo que venga.
Saludos Malignos!
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