Mi padre trabajó en Telefónica durante toda su vida, y antes de ayer descubrí una historia que no conocía de cuándo estaba comenzando su carrera profesional en la compañía. Es una aventura que tuvo lugar en el mítico, histórico y emblemático edificio de Telefónica que el año pasado celebró sus 90 años de vida. Pues bien, ésta es una de las infinitas historias que cuentan sus muros, y la protagonizaron mi padre y su hermano, mi tío, en uno de los ascensores que lleva desde la planta baja hasta las plantas cercanas al reloj que ilumina la Gran Vía de Madrid.
La escribo y os la dedico con cariño a mis queridos amigos telefónicos, ya que fue por casualidad cómo me enteré de que mi padre pudo ser uno de los primeros, si no el primer, hacker de la historia en el edificio de Telefónica. Entendedme, “hacker”, en su esencia, significa pensar y hacer las cosas en una forma diferente a lo esperado y ya me diréis si en esta narración no es precisamente eso lo que hicieron mi padre y mi tío.
Para que os pongáis en situación, corría el año 1947, donde aún era época de posguerra en la ciudad de Madrid. Pero también ese fue un año muy importante para Telefónica, ya que fue el año de la nacionalización de la compañía, por aquel entonces conocida como CTNE (Compañía Telefónica Nacional de España). Ese año, la Compañía Telefónica Nacional de España pasaba de ser una empresa privada a ser una empresa pública.
Mi padre, que se llamaba Ángel, era un chaval de familia humilde de aquella España de postguerra con cinco hermanos. Había nacido en el madrileño barrio de Chamberí y era huérfano de madre e hijo de taxista. Y como muchas otras historias de aquellos años, comienza su carrera profesional en su querida Telefónica con solo 13 años, tras haber conseguido un puesto de trabajo como botones de ascensor en el Edificio de Telefónica.
Los botones de ascensor en aquel entonces no deben confundirse con los botones de los hoteles que hacen labores de recepción y ayuda a los huéspedes. En aquellos años, copiando el modelo económico de Estados Unidos, los botones ascensoristas eran los responsables del buen funcionamiento y mantenimiento de un ascensor, ya que las reparaciones de un ascensor tenían un coste extremadamente alto por culpa de los repuestos. Un mal uso de un ascensor que provocara una avería podría ser mucho más caro que tener un equipo de ascensoristas 24x7.
Es por eso que, en todos los edificios con ascensor como los de la ciudad de los rascacielos “New York”, se ponían en marcha con un equipo de botones ascensoristas que sabían cómo manejar correctamente y cuidar la maquinaria. De hecho, el Edificio de Telefónica en la Gran Vía de Madrid se convirtió en el primer rascacielos de España y uno de los primeros de Europa, y fue construido por arquitectos e ingenieros americanos que había hecho otros rascacielos en New York. Es por eso que los ascensores se trataron con el mismo mimo.
Figura 1: Ángel, un hacker en el ascensor del Edificio Telefónica de Madrid en 1947 |
La escribo y os la dedico con cariño a mis queridos amigos telefónicos, ya que fue por casualidad cómo me enteré de que mi padre pudo ser uno de los primeros, si no el primer, hacker de la historia en el edificio de Telefónica. Entendedme, “hacker”, en su esencia, significa pensar y hacer las cosas en una forma diferente a lo esperado y ya me diréis si en esta narración no es precisamente eso lo que hicieron mi padre y mi tío.
Para que os pongáis en situación, corría el año 1947, donde aún era época de posguerra en la ciudad de Madrid. Pero también ese fue un año muy importante para Telefónica, ya que fue el año de la nacionalización de la compañía, por aquel entonces conocida como CTNE (Compañía Telefónica Nacional de España). Ese año, la Compañía Telefónica Nacional de España pasaba de ser una empresa privada a ser una empresa pública.
Mi padre, que se llamaba Ángel, era un chaval de familia humilde de aquella España de postguerra con cinco hermanos. Había nacido en el madrileño barrio de Chamberí y era huérfano de madre e hijo de taxista. Y como muchas otras historias de aquellos años, comienza su carrera profesional en su querida Telefónica con solo 13 años, tras haber conseguido un puesto de trabajo como botones de ascensor en el Edificio de Telefónica.
Figura 2: Mi padre Ángel |
Los botones de ascensor en aquel entonces no deben confundirse con los botones de los hoteles que hacen labores de recepción y ayuda a los huéspedes. En aquellos años, copiando el modelo económico de Estados Unidos, los botones ascensoristas eran los responsables del buen funcionamiento y mantenimiento de un ascensor, ya que las reparaciones de un ascensor tenían un coste extremadamente alto por culpa de los repuestos. Un mal uso de un ascensor que provocara una avería podría ser mucho más caro que tener un equipo de ascensoristas 24x7.
Es por eso que, en todos los edificios con ascensor como los de la ciudad de los rascacielos “New York”, se ponían en marcha con un equipo de botones ascensoristas que sabían cómo manejar correctamente y cuidar la maquinaria. De hecho, el Edificio de Telefónica en la Gran Vía de Madrid se convirtió en el primer rascacielos de España y uno de los primeros de Europa, y fue construido por arquitectos e ingenieros americanos que había hecho otros rascacielos en New York. Es por eso que los ascensores se trataron con el mismo mimo.
Mi padre entró a trabajar en ese edificio como ascensorista en ese precioso e histórico edificio de la compañía en la Gran Vía de Madrid, para tener cuidado de la maquinaria en el uso de los ascensores, pero también para operarlo y mantenerlo. Muchos chavales, como el caso de mi padre, comenzaron como ascensoristas y acabaron creciendo dentro de las compañías como expertos en tecnología hasta llegar a ser el CTO o el CIO de la empresa.
Uno de sus hermanos pequeños, mi tío Emilio, me contó en el transcurso de un homenaje póstumo a mi padre, desgraciadamente fallecido el pasado 6 de Abril por causas naturales, esta historia que os voy a contar a continuación, y que cuenta mucho de cómo era mi padre y cómo era la vida en aquellos años en España. Después de oír esta historia, creo que si yo estoy aquí de milagro, porque debía ser peligroso hacer ese tipo de cosas.
Resulta que mi tío Emilio fue a buscar a mi padre Ángel un día al trabajo, cuando éste se encontraba de guardia como ascensorista. Solo que se hicieran guardias en los trabajos de ascensoristas os puede hacer ver que en aquella época, un ascensor era tan valioso como un servidor crucial de la compañía en la que se gestionan servicios críticos de la empresa. En aquel entonces, eso de meterse en uno de los ascensores del edificio más alto de Madrid debía ser lo más, así que mi padre, aprovechando algún descanso, o quizá el fin de su jornada (dado que su hermano iba a buscarle para irse a casa) le coló para dar un paseo en “su” ascensor, algo que para ellos era como ir al parque de atracciones y subir a la montaña rusa.
Pero claro, mi padre “señor del ascensor” en ese momento, no se iba a conformar solo con dar un paseo a su hermano pequeño, así que ni corto ni perezoso le enseñó a subirse con él encima del ascensor y cómo era capaz de manejarlo desde la maquinaria interna del ascensor. Es decir, sobre su techo. Hackear el ascensor para deslizarse por alguno de sus accesos superiores, colarse ambos por ahí, volver a medio cerrarlo y viajar de arriba a abajo de ese gran edifico sobre esa cubierta superior, entre cables, cuerdas, maromas de acero, etcétera, utilizando los controles de mantenimiento del ascensor que se encuentran fuera de la caja de pasajeros.
Pero ahí no termina la historia. En el transcurso de alguno de estos “peculiares” viajes, se abrieron las puertas y entró en el ascensor un camarero portando lo que sería el catering de la época, incluyendo una bandeja de pequeñas ensaimadas con destino a la planta séptima, donde parece ser había algún evento social a donde se iban dirigiendo invitados, servicios, etcétera.
Imaginaos al camarero firme con la bandeja en alto. Y a mi padre y su hermano pequeño sobre el techo del ascensor observando sin ser descubiertos desde el hueco semiabierto. En aquel momento, cuando observaron el manjar, no se lo pensaron y, silenciosamente, alargaron la mano con cautela y ... zas... despistaron hábilmente cuatro estupendas mini ensaimadas de esas que a día de hoy aún se siguen poniendo en los caterings de Telefónica.
Y nadie se enteró, así que ellos se las zamparon tan alegremente sobre el techo del ascensor mientras este subía y bajaba por ese edificio de Gran Vía, haciendo que la comida de las ensaimadas tuviera el dulce sabor de haber sido “extras” y disfrutadas en la montaña rusa de la robusta mecánica de uno de los ascensores. Escuchando esta historia, estoy seguro de Oliver Twist habría palidecido de envidia ;-) y nuestro querido Lazarillo de Tormes ya ni os digo.
Esa mentalidad “hacker” es la que le hizo probablemente aprovechar todas y cada una de las oportunidades que le fue ofreciendo su querida Telefónica, hasta conseguir ser el decano de los programadores de Telefónica en Proceso de Datos, analista de sistemas, etcétera, y de ahí hasta su jubilación, pero ya es otra historia. Un paralelismo con la historia de mi amigo Chema Alonso, que comenzó también como freelance en ese edificio, y lanzó su carrera en Telefónica con la misma mentalidad hacker que mi padre.
Telefónicos, Chema Alonso, visitantes, recordad esta historia cuando subáis en el ascensor de Gran Vía, y mirad a ver si aún quedan esas trampillas en el techo de las que te pueden robar la merienda. Si las paredes o techos de esos ascensores hablaran ..... os contarían la historia del primer hacker.
Con cariño a la memoria de mi padre,
Autor: Héctor Sánchez Montenegro
Uno de sus hermanos pequeños, mi tío Emilio, me contó en el transcurso de un homenaje póstumo a mi padre, desgraciadamente fallecido el pasado 6 de Abril por causas naturales, esta historia que os voy a contar a continuación, y que cuenta mucho de cómo era mi padre y cómo era la vida en aquellos años en España. Después de oír esta historia, creo que si yo estoy aquí de milagro, porque debía ser peligroso hacer ese tipo de cosas.
Resulta que mi tío Emilio fue a buscar a mi padre Ángel un día al trabajo, cuando éste se encontraba de guardia como ascensorista. Solo que se hicieran guardias en los trabajos de ascensoristas os puede hacer ver que en aquella época, un ascensor era tan valioso como un servidor crucial de la compañía en la que se gestionan servicios críticos de la empresa. En aquel entonces, eso de meterse en uno de los ascensores del edificio más alto de Madrid debía ser lo más, así que mi padre, aprovechando algún descanso, o quizá el fin de su jornada (dado que su hermano iba a buscarle para irse a casa) le coló para dar un paseo en “su” ascensor, algo que para ellos era como ir al parque de atracciones y subir a la montaña rusa.
Figura 3: Ascensores en el Edificio Gran Vía de Telefónica |
Pero claro, mi padre “señor del ascensor” en ese momento, no se iba a conformar solo con dar un paseo a su hermano pequeño, así que ni corto ni perezoso le enseñó a subirse con él encima del ascensor y cómo era capaz de manejarlo desde la maquinaria interna del ascensor. Es decir, sobre su techo. Hackear el ascensor para deslizarse por alguno de sus accesos superiores, colarse ambos por ahí, volver a medio cerrarlo y viajar de arriba a abajo de ese gran edifico sobre esa cubierta superior, entre cables, cuerdas, maromas de acero, etcétera, utilizando los controles de mantenimiento del ascensor que se encuentran fuera de la caja de pasajeros.
Pero ahí no termina la historia. En el transcurso de alguno de estos “peculiares” viajes, se abrieron las puertas y entró en el ascensor un camarero portando lo que sería el catering de la época, incluyendo una bandeja de pequeñas ensaimadas con destino a la planta séptima, donde parece ser había algún evento social a donde se iban dirigiendo invitados, servicios, etcétera.
Imaginaos al camarero firme con la bandeja en alto. Y a mi padre y su hermano pequeño sobre el techo del ascensor observando sin ser descubiertos desde el hueco semiabierto. En aquel momento, cuando observaron el manjar, no se lo pensaron y, silenciosamente, alargaron la mano con cautela y ... zas... despistaron hábilmente cuatro estupendas mini ensaimadas de esas que a día de hoy aún se siguen poniendo en los caterings de Telefónica.
Y nadie se enteró, así que ellos se las zamparon tan alegremente sobre el techo del ascensor mientras este subía y bajaba por ese edificio de Gran Vía, haciendo que la comida de las ensaimadas tuviera el dulce sabor de haber sido “extras” y disfrutadas en la montaña rusa de la robusta mecánica de uno de los ascensores. Escuchando esta historia, estoy seguro de Oliver Twist habría palidecido de envidia ;-) y nuestro querido Lazarillo de Tormes ya ni os digo.
Esa mentalidad “hacker” es la que le hizo probablemente aprovechar todas y cada una de las oportunidades que le fue ofreciendo su querida Telefónica, hasta conseguir ser el decano de los programadores de Telefónica en Proceso de Datos, analista de sistemas, etcétera, y de ahí hasta su jubilación, pero ya es otra historia. Un paralelismo con la historia de mi amigo Chema Alonso, que comenzó también como freelance en ese edificio, y lanzó su carrera en Telefónica con la misma mentalidad hacker que mi padre.
Telefónicos, Chema Alonso, visitantes, recordad esta historia cuando subáis en el ascensor de Gran Vía, y mirad a ver si aún quedan esas trampillas en el techo de las que te pueden robar la merienda. Si las paredes o techos de esos ascensores hablaran ..... os contarían la historia del primer hacker.
Con cariño a la memoria de mi padre,
Autor: Héctor Sánchez Montenegro
Figura 4: Contactar con Héctor Sánchez Montenegro |
Qué historia tan bonita, viva Héctor!😊
ResponderEliminarme ha encantado. Sin duda este relato hace que nunca caiga en el olvido
ResponderEliminarMe ha encantado. Sin duda este relato hace que estos momentos nunca caigan en el
ResponderEliminarolvido
Una historia hermosa digna de ser contada... Cada vez que utilice el ascensor de ese edificio... Me imaginaré esos dos niños maravillosos llevándose la merienda desde el techo
ResponderEliminarA mi padre siempre le gustó contarnos sus "batallitas" de infancia de posguerra, y a mi hermano a mí (y posteriormente los nietos) escucharlas.
ResponderEliminarPero nunca jamás nos contó ésta.... y tengo claro por qué :-). No darnos ideas peligrosas que desde su autoridad paterna bien podrían haber quedado medio justificadas bajo el siempre maduro e irrefutable argumento de: "Pues tú viajabas en el techo del ascensor del Edificio más alto de España..... así que ...."
¿Cuántas más historias "profanas" de este tipo atesorarán alguno de sus tres hermanos vivos? Me gustará descubrirlo.
Querido Chema (Chemita, solo en privado :-)), gracias porque hayamos compartido y enriquecido esta bonita historia.
Anda que no le hubiera gustado a mi padre, aun a sus 86 años, haberla podido leer en tu blog.
- "Pero entonces tú conoces al hacker de Telefónica :-) ? "
- "Si Papa. Desde que era "pequeño" :-)"
Un fuerte abrazo !!
Héctor
Que historia tan bonita, me gustaría leerla completa hasta como llego ser el decano de los programadores, saludos desde México
ResponderEliminarMe gusto la historia
ResponderEliminarQue bonita historia.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo Héctor.