Cuando duermo me echo un brazo por encima de la cabeza. Sí, me han dicho que no es bueno porque desequilibra la clavícula si duermes con el brazo encima de la cabeza. Pero es como duermo. La manía me viene por muchos años durmiendo en hoteles donde el silencio no era siempre una característica de serie. He pedido las habitaciones silenciosas toda mi vida, pero aún así, me acostumbré a dormir con un brazo cubriéndome un oido y el otro contra la almohada. Es la mejor forma de amortiguar el ruido. Sí, también uso tapones muchas veces.
En ese momento, cuando tengo el brazo sobre la cabeza. Cuando ya he cerrado el libro. Cuando ya he desconectado mi teléfono de la WiFi, de los datos, de Internet. Cuando ya he puesto la alarma del día siguiente para las 6:00 AM, pienso en las cosas del día de mañana. Es el momento del último pensamiento del día. Ahí en la cama. Con la cabeza de lado. Con un brazo sobre el oido para amortiguar al máximo el posible ruido que haya durante la noche. Me quedan unos minutos - a lo sumo - de consciencia, antes de entrar en el espacio onírico que el arquitecto de mis sueños cree. Donde la realidad se plegará. Donde podré hacer bailar mi peonza hasta el infinito. Es la última oportunidad de planificar algo con el consciente.
Y es ahí donde pienso en cosas como las reuniones del día siguiente. En nuevas ideas. En nuevos proyectos. En qué voy a publicar al día siguiente en este blog. Pensamientos que, aunque parezca extraño, suelen dar muchas ideas que luego implemento. Es el último pensamiento del día, relajado, donde exprimo todas las vivencias del día. Donde saco jugo de lo que he experimentado en mi vida activa de ese día. Y lucho por recordar esas ideas al día siguiente. Porque sé que corro el riesgo que el rio entre realidad y ficción en el que me voy a ir de viaje puede ocultármelas por la mañana.
A veces hago listas nemotécnicas para recordar tres ideas. O cuatro. O dos. O simplemente repaso el día completo y apunto lo que me faltó por hacer. Lo que pude llegar a hacer. Lo que quise y no pude o lo que pude y no quise porque lo replanifiqué o se me ocurrió otra forma de hacerlo mejor más adelante. Un momento que deja ocultas muchas buenas ideas que sé que algún día, en algún momento volverán a aflorar si se me perdieron en un sueño. Porque sé que mi cerebro consciente ha peleado por dejar pistas que me permitan recuperarlas.
Es un momento muy especial para mí. Es mi último momento antes de irme de viaje. Es el cierre de otro día que debo archivar, y es la oportunidad de crear en un estado entre realidad y ficción. Me gusta ese momento. Lo disfruto. Y a veces bajo al sueño y recuerdo algo. Y me fuerzo por volver a dar el control al consciente. Para que revise una idea. Y luego, rendido de haber forzado la máquina siempre más de lo que puedo, acabo cayendo en un mundo de sueños donde las aventuras son distintas. Más de rock n roll y canciones tristes que de tecnología, proyectos y aventuras de las que os cuento por aquí. Momentos en los que me encuentro... en mis sueños.
Y en uno de esos momentos tuve una idea. ¿Y si escribo un post de este momento de intimidad? ¿Y si cuento la vida que tienen estos minutos dentro de mí? ¿Y si intento plasmar lo importante que es ese momento de creatividad en mi vida que dura solo unos minutos antes de irme de viaje? Y hoy, que no me ha dado la vida para escribiros por la mañana, mi parte consciente se ha acordado de aquel pensamiento que tuve en uno de esos últimos pensamientos de día, y he aprovechado para traeros el texto hoy viernes, por la tarde-noche, para que si os vais a la cama prontito, tengáis también vuestro último pensamiento del día pensando en esto que os estoy contando ahora. Buenas noches.
Saludos Malignos!
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