El año 2020 va a pasar a la historia con mucha fuerza. Va a estar en nuestra memoria marcado a fuego para siempre. Es así. Lo que nos ha tocado vivir nos ha marcado el futuro, y debemos decidir todos y cada uno de nosotros qué queremos poner en nuestras memorias en la página de este tan esperado veinte-veinte.
Y es que era un año horizonte. Con muchos planes hechos para transformar nuestra sociedad. Para mejorar muchas cosas. Para cambiar y dejar en el pasado algunas otras. Pero la realidad te va a sorprender por encima de todas las expectativas. Nunca esperes que el futuro sea predecible.
Aún así, desde que comenzó todo esto, cada uno decidió lo lento o rápido que debía aceptar lo que estábamos viviendo y cómo íbamos a tener que vivir. Y os prometo que yo no perdí un momento en la negación, la frustración o en mantener una postura de inadaptado, y ya a finales de marzo ma había preparado mentalmente para el cambio. Una vez más tocaba cambiar. Y aunque soy de tener costumbres y rutinas. Cuando el cambio es inevitable o está decidido no pierdo tiempo ni me frustro en pelear contra él o tener indecisión. Supongo que eso lo da el no ser galáctico, sino ser de Móstoles.
El caso es que, durante este tiempo, a pesar de que me han faltado mis conciertos, mis teatros, mis monólogos, mis comidas con los 50 chuletones de Grey, muchos abrazos y besos, he podido meter otras rutinas y actividades en mi vida. He podido meter otros proyectos. Me he centrado en lo que podía hacer y no en lo que no podía hacer. Hemos tenido cenas de seis en seis con mis amigos. He podido ir al trabajo. He dado conferencias confinado. He hecho mucho deporte en casa y fuera de ella. He podido veranear. He podido retomar el impulso con mi querido Cálico Electrónico, empujar 0xWord y sacar nuevos libros, cómics y VBOOKS, y también desarrollar y evolucionar MyPublicInbox.
Este año ha sido también el primer año como CDCO, el año que comencé a escribir en Zenda Libros, el año de volver a dar una charla en la Ekoparty y en la 8.8, el año en el que recibí el Doctor Honoris Causa, que fui invitado al Senado de Chile a dar una charla y el año en que entré a TikTok. Muchos proyectos. Muchas actividades. Mucha lectura. Muchas cosas bonitas para anotar en el libro de este año.
No me malinterpretéis, quiero mis conciertos, mis teatros, mis comidas multitudinarias, mis viajes por el mundo. Las cenas que se extienden más allá de la hora de Cenicienta. Mis viejas cosas chulas que generaron rutinas en mi vida. Esas rutinas pequeñitas o grandes que tanto nos gustan. Pero si soy justo, he perdido muchas de esas rutinas en otros momentos de mi vida por otros cambios. Cambios de empresa. De vivienda. De trabajo. De vida. El cambio te quita y te da nuevas rutinas.
Al final, este año no va a ser un año negro totalmente. Por supuesto, será un año lleno de dolor por las personas que hemos perdido. Familiares, amigos, y seres queridos que hacen un daño irreparable que solo se atenúa con el tiempo. Claro que sí. Yo tuve que pasar con mi mamá por momentos muy duros. Pero dentro de ese año negro, habrá una zona, pequeña, de color blanco. La zona de las cosas que hemos tenido buenas dentro de esta nueva vida durante este año.
Y es que lamentarse no cambia las cosas. La vida la tenemos por delante y las cartas que nos han repartido de la desencuadernada son las que tenemos para echar la partida. Y más vale que tengamos arrojo para jugarlas con energía, pues el descarte no está permitido. Cada día la ronda se mueve, y tú tienes las cartas que tienes. Es tu turno.
Así que, como os dije, nos habían movido el queso y había que buscar dónde estaba ahora. No se pierde ni un minuto en pensar en lo que teníamos. Si nos es devuelto algo de lo que nos han robado, genial. Pelearemos como gato panza arriba por todo lo bueno que hemos perdido, pero mientras, a por más queso. A por más risas, besos, abrazos y caricias. A malgastar el tiempo finito que tenemos en vivir 2020, 2021 o 2022 con lo que venga.
Figura 1: Horizonte veinte-veinte, decían.
Y es que era un año horizonte. Con muchos planes hechos para transformar nuestra sociedad. Para mejorar muchas cosas. Para cambiar y dejar en el pasado algunas otras. Pero la realidad te va a sorprender por encima de todas las expectativas. Nunca esperes que el futuro sea predecible.
Aún así, desde que comenzó todo esto, cada uno decidió lo lento o rápido que debía aceptar lo que estábamos viviendo y cómo íbamos a tener que vivir. Y os prometo que yo no perdí un momento en la negación, la frustración o en mantener una postura de inadaptado, y ya a finales de marzo ma había preparado mentalmente para el cambio. Una vez más tocaba cambiar. Y aunque soy de tener costumbres y rutinas. Cuando el cambio es inevitable o está decidido no pierdo tiempo ni me frustro en pelear contra él o tener indecisión. Supongo que eso lo da el no ser galáctico, sino ser de Móstoles.
El caso es que, durante este tiempo, a pesar de que me han faltado mis conciertos, mis teatros, mis monólogos, mis comidas con los 50 chuletones de Grey, muchos abrazos y besos, he podido meter otras rutinas y actividades en mi vida. He podido meter otros proyectos. Me he centrado en lo que podía hacer y no en lo que no podía hacer. Hemos tenido cenas de seis en seis con mis amigos. He podido ir al trabajo. He dado conferencias confinado. He hecho mucho deporte en casa y fuera de ella. He podido veranear. He podido retomar el impulso con mi querido Cálico Electrónico, empujar 0xWord y sacar nuevos libros, cómics y VBOOKS, y también desarrollar y evolucionar MyPublicInbox.
Este año ha sido también el primer año como CDCO, el año que comencé a escribir en Zenda Libros, el año de volver a dar una charla en la Ekoparty y en la 8.8, el año en el que recibí el Doctor Honoris Causa, que fui invitado al Senado de Chile a dar una charla y el año en que entré a TikTok. Muchos proyectos. Muchas actividades. Mucha lectura. Muchas cosas bonitas para anotar en el libro de este año.
No me malinterpretéis, quiero mis conciertos, mis teatros, mis comidas multitudinarias, mis viajes por el mundo. Las cenas que se extienden más allá de la hora de Cenicienta. Mis viejas cosas chulas que generaron rutinas en mi vida. Esas rutinas pequeñitas o grandes que tanto nos gustan. Pero si soy justo, he perdido muchas de esas rutinas en otros momentos de mi vida por otros cambios. Cambios de empresa. De vivienda. De trabajo. De vida. El cambio te quita y te da nuevas rutinas.
Al final, este año no va a ser un año negro totalmente. Por supuesto, será un año lleno de dolor por las personas que hemos perdido. Familiares, amigos, y seres queridos que hacen un daño irreparable que solo se atenúa con el tiempo. Claro que sí. Yo tuve que pasar con mi mamá por momentos muy duros. Pero dentro de ese año negro, habrá una zona, pequeña, de color blanco. La zona de las cosas que hemos tenido buenas dentro de esta nueva vida durante este año.
Y es que lamentarse no cambia las cosas. La vida la tenemos por delante y las cartas que nos han repartido de la desencuadernada son las que tenemos para echar la partida. Y más vale que tengamos arrojo para jugarlas con energía, pues el descarte no está permitido. Cada día la ronda se mueve, y tú tienes las cartas que tienes. Es tu turno.
Así que, como os dije, nos habían movido el queso y había que buscar dónde estaba ahora. No se pierde ni un minuto en pensar en lo que teníamos. Si nos es devuelto algo de lo que nos han robado, genial. Pelearemos como gato panza arriba por todo lo bueno que hemos perdido, pero mientras, a por más queso. A por más risas, besos, abrazos y caricias. A malgastar el tiempo finito que tenemos en vivir 2020, 2021 o 2022 con lo que venga.
Saludos Malignos!
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