Hace no demasiado entreviste a JM Ferri después que publicara el artículo de !Qué difícil es escribir un thriller sin hackers y black hackers! Desde que escribió su novela de "Jinetes en la Tormenta" se ha animado a este género de acción, suspense, con Hackers, Black Hackers y Cibercriminales, así que le pedí en la entrevista que me hiciera un relato corto, y aquí lo tienes.
Si quieres, hoy puedes adquirir la novela de "Jinetes en la Tormeta" en nuestra editorial 0xWord, y puedes contactar con él en su buzón de MyPublicInbox: JMFerri.
Hoy os dejo por aquí este relato corto en el JM Ferri aprovecha para explorar una razón de las más humanas por la que un gran Hacker puede acabar siendo un Black Hacker y jugarse todo en el mundo del cibercrimen, con una historia que recuerda al "Celebgate". Espero que lo disfrutes.
Saludos Malignos,
And the winner is... (por JM Ferri)
Los mortales hacen cola durante horas para verlos pasar, disfrutar de un efímero instante junto a las estrellas, sentirse parte del espectáculo. Otros observan las evoluciones de las celebrities frente a una pantalla, sin pestañear. Anna es una de tantos.
Anna es una niña de quince años cuyos sueños todavía no se han roto. Es una excelente estudiante, la mejor de su clase. Sueña con ir a la universidad y graduarse en Medicina. Su padre, sentado junto a ella, sabe que lo merece, que puede ser una gran cirujana. No hay madre. No, desde hace dos años. Él siente que sigue haciéndolo tan mal como el primer día en el que la familia se convirtió en monoparental. Sus dos trabajos apenas dan para llegar a fin de mes, así que ahorrar dinero para la universidad de Anna es una misión imposible, se mire por donde se mire. Ella ni siquiera ha leído la carta que les notifica el inminente desahucio. Pero esta noche, con un poco de suerte, todo puede cambiar.
Se había propuesto no ver la ceremonia, porque bastante ha sufrido a la industria del cine durante la última semana: él ha sido uno de los montadores del escenario y padecido los desvaríos de una extraña especie de morsa ataviada con auriculares y micrófono, una suerte de faraón arengando a los esclavos que construyen su pirámide.
Por suerte para él, en un descuido del capataz, ha podido deslizar una pequeña cajita bajo el escenario. Está seguro de que nadie le ha visto. Mañana la recogerá durante las operaciones de desmontaje.
Anna disfruta del espectáculo apoltronada en el sofá mientras él prepara algunas palomitas y vuelca el contenido de una bolsa de patatas fritas en un bol transparente. Abre la puerta de la nevera y extrae un refresco light para ella y un bote de cerveza para él. Carga todo el piscolabis sobre una bandeja de plástico y la deposita sobre la mesa baja del comedor.
Consulta su reloj. Promete a Anna quedarse en el sofá hasta que comience la gala. Quiere estar junto a su hija, y realmente no tiene nada que hacer hasta que los asistentes hayan depositado sus famosos culos en las butacas. Decide disfrutar el momento: la rodea con el brazo y la besa en la frente. Ella se limita a sonreír sin apartar los ojos de la pantalla.
La postal familiar se mantiene hasta la pausa publicitaria. Cuando el presentador, un humorista que a él nunca le ha hecho gracia, aparece sobre el escenario, padre e hija se separan. Él recoge los restos del tentempié con cuidado, deja la bandeja sobre la mesa de la cocina y procede a encender su portátil, situado en una mesa un poco más alta y protegido de la naturaleza curiosa de Anna.
Cruza los dedos y aprieta los dientes antes de pulsar sobre el icono que debe conectar con su cajita. Los diez segundos más largos de su vida transcurren hasta que un círculo se ilumina en color verde y un texto a su lado lo confirma: CONECTADO.
Es la hora de la verdad.
Pasa un minuto. Ningún usuario. Le sudan las manos. Tiembla. Tal vez “Wifi_Gratis_Invitados” no es la descripción más sugerente para invitar a conectarse al punto Wifi que ha instalado en la cajita. Mira de reojo al televisor. El chistoso concluye su monólogo y anuncia el primer galardón de la noche, uno de esos premios que no despierta interés alguno ni acapara un solo titular. Cuando enfocan al público, puede ver que muchos de los asistentes comienzan a extraer sus smartphones.
Vuelve su mirada al monitor del portátil. Respira: 15 usuarios conectados. Da igual la pasta que acumulen, hasta los famosos son capaces de enchufarse a cualquier punto de acceso para ahorrarse el consumo de un puñado de megas. Accede a uno de los terminales y comprueba con agrado que pertenece a una de las nominadas a mejor actriz: un premio gordo. Todavía más gordo cuando visita su galería de imágenes: fotografías desnuda, poses provocativas y un par de vídeos en los que se muestra muy cariñosa con la favorita a la estatuilla de mejor dirección. El resto de contenidos del móvil tampoco tiene desperdicio: claves de acceso a redes sociales, cuentas de correo electrónico e incluso acceso a entidades financieras. Copiar y pegar, todo es empezar.
En tres minutos consigue lo que buscaba y regresa al listado general. Ahora son 63 los incautos. No se preocupa en confirmar sus identidades: vuelca todo el contenido a su disco duro. Para cuando regresa al menú principal de la aplicación ya hay más de 100 móviles en la trampa. Extrae información a toda la velocidad que le permiten sus toscas manos y la conexión del router. Para cuando llega el premio al mejor guión, calcula que ya cuenta con información de la mitad de los principales protagonistas. Selecciona varias imágenes al azar, un par de accesos a redes sociales y los comparte a través de una ventana de chat.
-Aquí tienes una muestra del material.
-Es bueno. ¡Jodidamente bueno! ¡Mejor de lo que esperábamos!
-Están todos los grandes nombres de la industria. El precio ha subido. De hecho, se ha duplicado.
-¿Crees que te vamos a pagar 200.000?
-El material los vale. 200 o desaparezco.
El cursor queda parpadeando. No hay respuesta. Se ha marcado un farol. No conoce a nadie más que sea capaz de comprar ese material. Acaba de cometer un delito. Lo hecho, hecho está. Doble o nada. Supone que el intermediario debe estar mostrando el género y pidiendo instrucciones al que pone la pasta de verdad.
-Papá, mira –le dice Anna, que sigue inmersa en el programa.
-Espera Anna, estoy trabajando –responde mientras organiza datos a toda velocidad.
-Pero papá...
-¡Joder Anna, estoy trabajando!
Por un momento recupera la cordura. Nunca ha gritado a su hija, y esa noche es la menos indicada para hacerlo. Se disculpa, pero ella no parece darle ninguna importancia: sigue embobada en el televisor.
-Dime, hija...
Anna responde pero él ya no escucha. Ahora el que mira la pantalla como un besugo es él. Un ejército de policías ha aparecido en el teatro y está desalojando el edificio. La cámara enfoca a la morsa, que luce un esmoquin más ajustado de lo recomendable, rematado por una horrenda pajarita amarilla. Está hablando con un agente. Una voz en off avisa de la localización de un artefacto sospechoso bajo el escenario y ordena evacuar el recinto. Ahora sí que la ha jodido de verdad. Un timbre anuncia que hay respuesta en el chat. Vuelve al ordenador.
-Vale, la mitad ahora y el resto cuando llegue el archivo.
-Hecho.
No está para negociar más. En el peor de los casos, se lleva los 100.000 previstos inicialmente. Abre el navegador y accede a un bróker de criptomonedas domiciliado en las Islas Caimán. El primer pago ya ha llegado.
Compila toda la información y ejecuta una aplicación para compartir grandes volúmenes de datos. La transferencia da comienzo, pero dado el tamaño de los archivos, sabe que tomará su tiempo. Una barra de estado muestra el progreso mientras ríos de sudor le resbalan por la frente y la nuca.
Al llegar al 40% la camisa ya se ha empapado completamente.
-Papá, ¿estás bien? ¡Estás más blanco que la pared!
-Hija, yo...
50%. Suena un ruido en la calle. Se asoma a la ventana y ve a un grupo de policías agazapados frente a la puerta del edificio.
-¡Cierra la puerta con llave!
-¿Pero por qué?
-¡Porque viene la policía!
-¿Pero qué te pasa?
-¡Hazme caso y cierra esa puerta!
60%. Un ruido retumba en la escalera. Han entrado al edificio. Él sale corriendo e intenta atrancar la puerta.
-¡Papá, me estás asustando!
-¡Silencio!
70%. Golpean la puerta. Gritan su nombre y exigen que abra. Amontona algunos muebles en la entrada. Se acerca a su hija.
70%. Golpean la puerta. Gritan su nombre y exigen que abra. Amontona algunos muebles en la entrada. Se acerca a su hija.
-Anna, siéntate frente al ordenador y dime el porcentaje que ves –le susurra-. ¡Deprisa!
-80 por ciento, papá –Anna está punto de romper a llorar, pero obedece a su padre.
Él arrastra la mesa del salón por el pasillo y apuntala la barricada que ha formado en la entrada.
-90 por ciento –anuncia Anna.
La policía ha comenzado a golpear la puerta. Van a derribarla. Él aguanta el mobiliario con todas sus fuerzas, intentando retrasar la invasión. Anna quiere ayudarle.
-¡Quédate ahí! Y haz lo que yo te diga. Anna se echa a llorar. No entiende nada.
-¿Cómo va?
-95 por ciento.
Apenas consigue oírla: la policía acaba de reventar la cerradura. Los agentes entran en el apartamento y comienzan a apartar los obstáculos. Él a duras penas puede presentar resistencia.
-¿Cuánto, Anna?
-Ya está, papá, 100 por cien.
-¡Ahora actualiza la pantalla que hay en el navegador! ¿Cuánto hay?
-Cien mil... no, no, se acaba de actualizar. Hay... ¡doscientos mil euros, papá!
-¡Ciérralo todo y apaga el ordenador inmediatamente!
Le fallan las fuerzas. Cinco policías son muchos para él. En menos de diez segundos lo reducen y lo esposan. Él sonríe mientras mira a su hija. Será una gran cirujana.
-80 por ciento, papá –Anna está punto de romper a llorar, pero obedece a su padre.
Él arrastra la mesa del salón por el pasillo y apuntala la barricada que ha formado en la entrada.
-90 por ciento –anuncia Anna.
La policía ha comenzado a golpear la puerta. Van a derribarla. Él aguanta el mobiliario con todas sus fuerzas, intentando retrasar la invasión. Anna quiere ayudarle.
-¡Quédate ahí! Y haz lo que yo te diga. Anna se echa a llorar. No entiende nada.
-¿Cómo va?
-95 por ciento.
Apenas consigue oírla: la policía acaba de reventar la cerradura. Los agentes entran en el apartamento y comienzan a apartar los obstáculos. Él a duras penas puede presentar resistencia.
-¿Cuánto, Anna?
-Ya está, papá, 100 por cien.
-¡Ahora actualiza la pantalla que hay en el navegador! ¿Cuánto hay?
-Cien mil... no, no, se acaba de actualizar. Hay... ¡doscientos mil euros, papá!
-¡Ciérralo todo y apaga el ordenador inmediatamente!
Le fallan las fuerzas. Cinco policías son muchos para él. En menos de diez segundos lo reducen y lo esposan. Él sonríe mientras mira a su hija. Será una gran cirujana.
FIN
Autor: JM Ferri