Esta semana hará 22 años que comencé mi carrera como emprendedor. Entonces un joven de 24 años que no tenía mucha idea de nada, pero que tenía muchas ganas avanzar y hacer cosas. Llevaba ya tres años trabajando de Informático y alguno más de otras cosas que la vida me había lanzado. En aquel entonces , cuando le dije a Rodol que íbamos a montar un empresa, tenía muchas ganas de pelear y encontrar la forma de progresar. Había chupado mucha calle, había conseguido ir a la universidad y comenzar en el mundo laboral.
Pero no os voy a dar mucho la tabarra con eso, que ya os lo conté todo en el artículo de "No soy galáctico, soy de Móstoles". Lo que sí recuerdo de aquellos momentos, y que intento que siga en mí, es la sensación de que tenía que depender de mí. De que tengo que confiar en mí. En lo que tengo. En lo que soy. En lo que puedo ser. Sin ponerme una barrera por encima, ni un techo de cristal. Ni un no vas a poder. Si no es perfecto, poco importa. Que venga ante mí el primero que clame la perfección de su obra. Esto no iba, ni fue, ni irá para mí de otra cosa que no sea de clavar clavos, como tantas veces he dicho.
Siempre me comparé con un gato callejero. Que se coló de hurtadillas por las ventanas de las casas donde vivían los gatitos de angora y otras razas de pedigrí. Para ver cómo funcionaba el mundo. Cómo hacían esos gatitos que la comida llegara todos los días al plato. Y la leche caliente. Y el cepillado. Y cómo jugaban en sus patios de recreo. Quería saber cómo se pasaba de ser un gato callejero a un gato de agora. Aprender el truco de este Monopoli. Y pelear. Disparando pan de higo si hacía falta.
Perdonadme la metáfora de los gatos, pero lo cierto es que la uso mucho para explicarle a mis dos hijas, hoy en día, con mis 46 años y algo, muchas cosas de la vida. Al final, a un gato callejero lo puedes arrinconar, pero si no le dejas una salida, te va a saltar a la cara. Sacando el instinto de Maqui Navaja que uso en mis charlas de Hack Your Future! Y no te va a gustar. Eso es porque ya saben los gatos callejeros que si no se defienden, lo que viene es malo. No hay un final de cuento de hadas si no te defiendes con tus uñas.
Sin embargo, por ahora, mis niñas son gatitos de angora. Que no se han preocupado mucho de cómo llegaba la comida, la leche caliente y el cepillado. No tienen por qué hacerlo, son solo niñas. Pero muchas veces me preocupa no meterles en el ADN esas cosas que solo se aprenden cuando has dormido bajo la lluvia, comido de latas comida fría a la sombra de un árbol con otros gatos callejeros, y has tenido que pelearte por tu vida en la calle. Yo recogía botellas vacías y cartones para tener economía de adolescente.
No, no me entendáis mal, lo último que deseo para ellas es que tengan esas experiencias que me hicieron gato callejero, pero tampoco quiero que sean *solo* gatitas de angora. Así que las maleo un poco. Las empujo un poco a la vida. Para que se ensucien. Para que se arañen y se embarren un poco. Para que sepan que hay cosas que huelen mal, lugares donde hace frío, calor y gente que te quiere arrinconar para cosas que non buenas para ti. Para que aprendan a usar las uñas cuando toque. Cuando haya que pelear por comida, calor o los tuyos.
Y no es fácil cuando los gatitos de angora duermen entre algodones.
Mucho he hablado de esto con mi hija mayor, con Mi Hacker, que quiere emprender, que quiere ser ingeniera, montar startups y aprender a gestionar empresas. Que quiere hacer muchas cosas en su vida. Y por supuesto me va a tener a su lado con lo que quiera. Al gato malón. Pero pienso que cuanto más tiene al gato callejero al lado, más gatita de agora se me hace. Así que vivo entre ayudarla cuando me necesita y dejarla que pase frío y hambre cuando me pide ayuda y tiene que resolverlo solo.
Curiosa la vida del gato callejero, que pelea por salir de la calle para sus crías puedan vivir como gatitas de angora, y ahora tiene que enseñarles cosas de la vieja calle para que sean, gatitas de angora, pero que al menos tengan malas pulgas para defenderse.
¡Saludos Malignos!
Autor: Chema Alonso (Contactar con Chema Alonso)
Qué buena reflexión. Desde luego es una paradoja. Al final somos quienes somos por todas las experiencias que hemos vivido. Creo que cuando tienes la posibilidad de darles todo a tus hijos, resulta complicado encontrar ese equilibrio. También pienso que el ejemplo es muy importante. Se ve que eres muy buen padre, que te ocupas, que hablas con ellas...seguro que cualquier día te sorprenden defendiéndose como "gatos panza arriba". Ojalá yo hubiera tenido un padre como tú.
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