sábado, noviembre 13, 2021

El dogmatismo de mis realidades inventadas

Lo que cuesta desaprender cosas. Lo que cuesta sentarse a tirar por tierra las bases del mundo que te enseñaron y que fuiste aprendiendo. Un aprendizaje que te sirvió para vivir. Para avanzar. Para sobrevivir. Pero que un día, sin saber por qué pasó, se convirtió en tu realidad. Tu verdad sobre el mundo. La mentira que te cuentas para poder vivir. Que no tiene nada que ver con lo que es verdad. Pero es que tampoco importa. ¿Para qué?

Figura 1: El dogmatismo de mis realidades inventadas

Yo vivo con las reglas que aprendí y que tan bien me funcionaron, pero sigo luchando conmigo, día a día, para desaprenderlas. No porque quiera buscar una “verdad” diferente o nueva. No, es más retorcido aún. Busco desaprender lo que ya aprendí para poder aprenderme otra mentira. Otra forma de entender la vida y el mundo. Porque todo se mueve. Y las mentiras que nos contamos en el pasado son viejunas, y probablemente te sitúan en un lado que ya no mola.

Hay que entender las nuevas mentiras para aprender la nueva realidad que crearemos sobre ellas. Y si no, seremos minoría inmovilista en nuestra mentira, mientras el mundo se ha construido con mentiras más modernas. La nueva realidad, inventada totalmente sobre convenciones sociales creadas por las mentiras de los pioneros y transformadores del mundo, es la que marca el centro del eje de coordenadas desde el que hay que mirar y evaluar las mentiras inventadas dé cada uno de nosotros. Y eso te va a situar en un cuadrante hoy, en otro mañana, en aún uno distinto dentro de un poco de tiempo.

Durante un tiempo, te mueves siguiendo el eje de coordenadas, miras el mundo, vagabundeas aprendiendo de cuadrante en cuadrante, hasta que llega un momento en que te asientas, montas el fuerte, te cocinas la poción mágica, y resistes contra viento y marea el vaivén del punto central de la sociedad. Decides que tu punto cero, cero está donde pusiste el campamento y plantaste las zanahorias. Y tu mentira se construye desde él. Tu mirada al centro del mundo y la sociedad, cada vez más alejada de tu huerta, se distorsiona. Te separas. Ya no quieres ni guiñar los ojos hacia el horizonte para intentar encontrar el deambular del nuevo punto central porque estás cansado.

Y yo lo entiendo.

Pero lucho contra él. Monto mis ejes de coordenadas con muebles baratos. De esos que se montan en casa con la ayuda de alguien más manitas que yo – que soy un desastre -. No pongo perchas para no colgar mucho mi gorro en ellas, y vuelvo a pintarme una mentira nueva, intentando adaptar mi camino para que poder entender y seguir el mundo. La sociedad. Las nuevas realidades, inventadas sobre nuevas mentiras. Sobre nuevas formas de vida. Sobre nuevos hábitos construidos, en parte, sobre el avance de la tecnología.

Intento pensar en como sería mi realidad, creada sobre las mentiras que me he contado, proyectada sobre la realidad del mundo, construida sobre las mentiras del convencialismo social del momento. Sobre la forma de inventarse el mundo de los más transformadores. Ellos no se van a parar a entender porque la realidad de cada uno de nosotros es la que es. Esa es una carga que tenemos que gestionar nosotros. Librarnos de nuestro aprendizaje para poder aprender como ellos, sobre una nueva página en blanco mirada solo desde el punto cero, cero. Desde donde hay más ruido. Más confrontación. Más vibración. Más resonancia cognitivia entre los bandos magnéticos que tensan el foco.

Y es un trabajo consciente y constante que realizo. Que intento entender. Que me lleva a mover mi campamento temporal de aprendizaje e interpretación de la vida. Pero lo muevo para mantenerme viviendo en las afueras. En alguno de los cuadrantes, pero siempre con vista del downtown focal. Sí. Pero a cierta distancia. Como el que vive en las afueras pero está a diez minutos del centro. No puedo olvidar mi aprendizaje. Mi mochila. Lucho por tirar cosas, por deshacerme de la carga educativa, experiencial y moralizante del pasado, pero se arriga a mí. Con un tatuaje pegado a la piel que no sale con agua caliente.

Por suerte. Me muevo. Desaprendo cosas. Aprendo nuevas. Cambio de parecer. Cambio de opinión. No pongo hormigón armado en el encofrado de mis convicciones. No compro muebles para toda la vida. No construyo ideas de realidades para toda la vida. Huyo de ellas como de los que las tienen para evangelizar. El dogmatismo de las realidades inventadas es el warning de mi forma de entender el paso del tiempo por este cuadrante cósmico en traslación permanente.

Y por supuesto, nunca te vengas a vivir conmigo a mi realidad. Es una mentira con la gravedad, la presión atmosférica y la temperatura ideal para mí, pero no sé si para otro ser vivo. Y de la decoración ni hablamos. Muebles, colores y ambiente solo apto para no cuerdos de nivel maligno. Es decir, individual, mutante, e incoherente, solo apta para uno, no dogmatizable, portable, compartible, vendible o extrapolable. Cada realidad es para uno. Y cuando te des cuenta de eso, comenzarás a alejarte, poco a poco, del centro focal… pero no lo pierdas de vista nunca, que el inmovilismo constante cambia como te defines frente a los que viven en el downtown.

¡Saludos Malignos!

Autor: Chema Alonso (Contactar con Chema Alonso)  


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