No os vengo a hacer apología de nada, y menos a ser dogmático, que nunca he querido seguir yo los dogmas de otros. Pero hoy quería contaros algo que me preguntaron el otro día en Escuela 42. Se trataba de que le respondiera a uno de los estudiantes sobre lo que no se ve en las charlas, las entrevistas, las conferencias, las redes sociales de mi día a día. Sobre esas cosas malas que normalmente no se ven y que hay en toda ocupación profesional. La pregunta fue algo así como “lo que se ve de ser Chema Alonso mola, pero… ¿cuál es el precio que hay que pagar por ello?”
Figura 1: Lo malo de lo bueno. Lo bueno de lo malo.
Vale, no fue exactamente esa la pregunta, pero en esencia era eso.Y lo que no se ve es muy sencillo. Muchas horas de trabajo. Muchas noches sin dormir. Mucho cansancio. Poco tiempo libre. Muchos fines de semana de estudio. Mucha tensión en muchos momentos de mi vida. Muchas cosas que no salen bien. Mi agenda suele ser un dolor.
Madrugo mucho, me acuesto muy pronto. Tengo los minutos del día cronometrados. Trabajo todos los días de mi vida desde que tengo uso de razón. Los días suelen ser abrir el ojo, comenzar a trabajar, y salta de una actividad a otra sin interludio, morir en la cama. Sin tiempo para ir a comprar palomitas. Sin tiempo para ir al baño. Sesión continua, como en los cines de barrio de mi infancia.
¿Es eso malo?
Pues es una putada llegar a una cena con amigos y decir que no al último bar y a la última ronda porque estás cansado o mañana tienes que madrugar para ir de viaje. Es jodido abrir el ojo en un hotel a medianoche y no saber en qué lugar del mundo estás. Es feo llegar por la noche a la cama y darte cuenta que no has llegado ni a poner un mensaje, devolver una llamada o decir algo a tiempo a alguien importante. No mola nada tener que decir que no a un plan en fin de semana por tener que sacar algo, preparar una conferencia, o acabar de cerrar un proyecto. No mola nada perderse cosas porque estás en otra parte del mundo o en la misma ciudad pero en otro rincón o actividad.
Tiene esas cosas. Pero es que nada es blanco y negro. Claro que tiene esas cosas que son poco divertidas. Y yo las acepto como son. Son parte de lo que soy. Soy lo que soy por gestionar bien las cosas “malas”. Todos los que han venido conmigo a Las Vegas, cuando yo he ido para hablar en DefCON o BlackHat, saben que no he salido ni una sola noche de fiesta o cena hasta que no he dado mi charla. Que la he preparado mil veces. Que he retocado cada detalle. Que he probado cada giro de la presentación para que quedara guay. Estaba en Las Vegas, sí. Estaba en DefCON o en BlackHat, sí. Pero estaba trabajando hasta el día en que diera la charla. Y es que eso me hacía más feliz que salir. Mi charla. Mi trabajo. Mi demo. Mi pasión.
¿Es eso malo?
Pues es una putada llegar a una cena con amigos y decir que no al último bar y a la última ronda porque estás cansado o mañana tienes que madrugar para ir de viaje. Es jodido abrir el ojo en un hotel a medianoche y no saber en qué lugar del mundo estás. Es feo llegar por la noche a la cama y darte cuenta que no has llegado ni a poner un mensaje, devolver una llamada o decir algo a tiempo a alguien importante. No mola nada tener que decir que no a un plan en fin de semana por tener que sacar algo, preparar una conferencia, o acabar de cerrar un proyecto. No mola nada perderse cosas porque estás en otra parte del mundo o en la misma ciudad pero en otro rincón o actividad.
Tiene esas cosas. Pero es que nada es blanco y negro. Claro que tiene esas cosas que son poco divertidas. Y yo las acepto como son. Son parte de lo que soy. Soy lo que soy por gestionar bien las cosas “malas”. Todos los que han venido conmigo a Las Vegas, cuando yo he ido para hablar en DefCON o BlackHat, saben que no he salido ni una sola noche de fiesta o cena hasta que no he dado mi charla. Que la he preparado mil veces. Que he retocado cada detalle. Que he probado cada giro de la presentación para que quedara guay. Estaba en Las Vegas, sí. Estaba en DefCON o en BlackHat, sí. Pero estaba trabajando hasta el día en que diera la charla. Y es que eso me hacía más feliz que salir. Mi charla. Mi trabajo. Mi demo. Mi pasión.
Y hoy es fin de semana, y también estoy trabajando. Claro. Como en Nochevieja. Como en Año Nuevo. Como cualquier otro día del año. Como si estoy perdido en medio del mar. A nadie de mi círculo le extraña. Me levanto, y tengo mi plan de trabajo para todo el fin de semana. Tengo que sacar mis artículos, responder a un par de mensajes que tengo de MyPublicInbox, preparar y leer unos documentos de Telefónica para esta semana que tenemos Comité Ejecutivo, preparar la visita a la Fundación GoodJob esta semana, la grabación del podcast de SecurePodcast, una grabación en la Fundación Telefónica, y preparar las reuniones de la semana. También tengo que editar un vídeo para Tiktok y terminarme de leer la segunda parte de “Jinetes en la Tormenta” de JM Ferri para hacer el informe de la revisión "hacker", escribir un artículo que he prometido a mis amigos de la Cátedra de Animales y Sociedad, y llevar a mis niñas a patines, que es fin de semana y tengo mis obligaciones para con ellas.
El fin de semana es donde le saco algo de ventaja al resto de semana. Lo que avance estos dos días en las horas de la mañana, el rato tonto después de la siesta y antes de acostarme me dará oxígeno para la semana entera. Y no soy el único que hace esto. Ni mucho menos. Estoy seguro de que podría convocar un comité de trabajo con compañeros y habría quorum entre los que están en verde en el Teams. Y sé quiénes son. Vamos, podría hacer un buen equipo de trabajo para hoy mismo solo con los que sé que hacen como yo. Es nuestra vida. Es lo que somos. Somos esto.
Pero si me preguntas a mí por estas cosas “malas”, pues no son “malas”. O no para mí. Pero puede serlo para ti. O no. Al final, no sé si amamos lo que es bueno para muchos, o lo que es malo para muchos. O si amamos tanto lo que hacemos que los sacrificios no lo son tanto para nosotros. Y si no cumplo con ello, ya tengo al demonio cabrón quejándose de las excusitas. Porque no puedo librarme de él. Está ahí. Lo tengo ahora sobre el hombro, mirándome lo que escribo, y cronometrándome el tiempo, preparando ya la siguiente tarea, para que la saque antes de que tenga que quitarle los patines a Mi Survivor.
Al final hay una hora o dos horas de acción, adrenalina, público, subidón, risas, diversión, fama y .. ¡cómo mola!, pero como consecuencia de un montón de horas de trabajo, de hacer cosas en despachos, de entrenar solo en el gimnasio, de preparar guiones, borradores, reuniones de debate, horas de documentarse, de gestionar rechazos, noes, y problemas. Por eso sé que nadie de los que yo admiro ha triunfado por casualidad. Y cuando tengo la suerte de conocerlos, más me me doy cuenta de lo que trabajan. Pero… es que adoran lo que hacen. Tengo que un amigo de esos que ha triunfado en la vida mucho, al que de vez en cuando llamo en fin de semana para algo de la semana siguiente. La charla es más o menos así:
“- ¿Qué haces chaval?”“- Pues trabajando un poco, como siempre.”“- Así ando yo también, un poco todos los días.
A ver en qué me vas a liar esta vez cabroncete mío…”
Y es que es verdad, él también está trabajando. Y sí, me llama “cabroncete” porque lo lío mucho.
Y yo, sin pretender más que vivir mi vida en el medio del camino donde estoy, hago muchas cosas que no veis. Que podéis percibir. Que podéis imaginar. Sacando el tiempo del mismo sitio que lo sacas tú. De las 24 horas del día. De los 7 días de la semana. No hay más tiempo para ti, no hay más tiempo para mí, no hay más tiempo para nadie más. Así que, si quieres hacer algo, hazlo. No hay más que saber qué es ese algo, y lo que significa. Lo que conlleva. Si amas todo ello, si aceptas cómo es ese algo, si lo amas realmente, con todo lo que implica perder y hacer el amar eso, si aún así lo amas, entonces no será malo para ti lo que para otros es malo.
Yo disfruto trabajando en soledad, en las cosas que no véis, en este artículo que estoy escribiendo desde el coche. En la reunión que tengo desde una cafetería. Disfruto madrugando. Metiéndome en más líos que me traerán de cabeza la agenda un rato más. Lo que pueda. Hasta el último suspiro. Y moriré haciendo algo, seguro… ¿apostáis?
¡Saludos Malignos!
Autor: Chema Alonso (Contactar con Chema Alonso)
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